miércoles, 14 de enero de 2009

ELENA SIRÓ: CAMINO AL POEMA


MEMORACIONES

Ya lo dije en AUTOBIOGRAFÍA UNO, poema que está incluido en mi libro EL TALLER DE LA LUNA del año 1973.

Allá por mil novecientos treinta y seis vivo en el centro de Rosario, en Sarmiento al novecientos. Asisto a una escuela cercana; la Escuela Normal N° 1. Todo me ocurre como en un sueño. Soy frágil, sufro esas fiebres misteriosas de las que habla el poeta Rilke. Mi padre es fotógrafo y dibujante, mi madre se hace fotógrafa de galería cuando mi padre contrae una enfermedad común en la "década infame" que hacía estragos en los nostálgicos inmigrantes.

Vivo mecida en coplas asturianas, todo se dice en coplas, refranes que esos pastores traen de su Cántabro natal.

Tengo para mí que la poesía no es mérito mío sino una suerte de predestinación que me viene de esos astures que no olvidaban su acervo. La copla reiterada me concede una suerte de ejercicio con la rima y el ritmo. Entonces,

a solas, juego con ellas.

Fue una patria muy soledosa la infancia, tal vez una elección. Toda mi juventud transcurre en Rosario, ciudad que amo y a la que se me ocurrió llamar: “la pequeña París.

Apreciación que vino a confirmarme Beatriz Guido en sus clases de Historia del Arte en las que con insistencia nos recomendaba:

- Miren hacia arriba, allí está nuestra ciudad y su memoria. Puedo morir arrollada por el tránsito pues no abandoné jamás esa costumbre de mirar hacia lo alto: balcones, ventanas, ciertos vidrios de ventanas y los pintorescos cenadores allá en la azotea, hacia el frente, una techumbre sostenida por cuatro columnas donde los europeos pudientes se hacían llevar la comida en las noches caniculares.

Volviendo a la niñez recuerdo que todo lo hacía corriendo.

Algunos atardeceres me invadía no sé qué gelidez que derivaba en llanto. Tal vez presentía el desenlace de la enfermedad de mi padre con quien, al borde de su lecho jugaba al ajedrez. Cuando nadie se prestaba a mi apetencia constante de hacer una partida, jugaba sola. Ordenaba los trebejos y jugaba con las negras y las blancas, con toda honestidad defendiendo tanto las unas como las otras. Eran partidos solitarios.

Ciertas mañanas acompañaba a mi madre h asta el mercado en la cortada Barón de Mauá. y San Luis (nunca pude saber quién era ese Barón) a veces mi madre me compraba dos langostinos por cinco centavos que yo pelaba y comía durante la cuadra y media que llevaba a mi casa. También supe comer castañas asadas en calle San Luis frente a la cortada. Un hombre, muy abrigado, las hacía en un hornillo de zinc, a las brasas. Inolvidable aquel perfume al bosque.

Aquella casa de Sarmiento al novecientos tenía dos altillos, uno de ellos derivaba en una extensa azotea (cubría los cincuenta metros de edificación) por aquella azotea, alguna noche, pasábamos a un local vecino desocupado. Gozábamos, linterna en mano, del misterio y el riesgo. Sobre todo el riesgo de ser castigados duramente si los adultos nos descubrían.

La educación familiar era rigurosa. Mi padre que seguía sin tregua la Guerra CiviI en España, no admitía la mentira y la delación. La única vez que acusé a mi hermano primero me infligió varios

chirlos y después castigó al acusado. Cuando pregunté el porqué me respondió: -Por acusar!- Desde entonces con mi hermano constituimos una célula mafiosa...

2 comentarios:

  1. Interesante entrevista. La obra de Sirò es realmente importante y merece mayor difusiòn en nuestra regiòn. Me parece una buena idea entrevistar a nuestros escritores.La revista està muy buena.

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  2. Excelente reportaje. Esta señora ha escrito unas cosas increìbles, si mal no recuerdo alguno de sus poemas los musicalizaban ese inolvidable grupo llamado Los Trovadores.Gracias por recuperar a estas voces.

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